Una brisa
mueve la noche verde de los árboles
bajo el silencio de los pájaros
y el viejo olor de los caminos,
mientras
el cansancio,
como un viejo amigo y compañero,
me abraza y me acompaña.
Un vacío
atraviesa
la obscura soledad de los caminos,
me mira de soslayo
y observa mi cansancio.
A lo largo de los caminos
y el estirado rostro de la noche,
he venido curando
las heridas de mi sombra
y escuchando sus pasos moribundos
sobre esos pedazos de luna
que palidecen y agonizan
sobre el mudo y pisoteado
silencio de las piedras.
La brisa de la noche
abre las heridas de mi sombra,
detiene la marcha de sus pasos
y desnuda su rostro,
en cuyos ojos regados
sobre el cuerpo del camino
contemplo
los pedazos desgarrados
del recuerdo de mi ser.
Una brisa
atraviesa las sombras del camino
y borra el recuerdo de mi ser.
Una brisa
hiere mis caminos.